CONSULTA POPULARES

domingo, 13 de febrero de 2011


Photo Cube

domingo, 23 de enero de 2011

FIAT TUNNIG











Fiat 147 vs. Corsa  ¿quien ganara?


Telefonia futurista


Con esta excentricidad de móvil vemos que la gente de Nokia continúa trabajando sin descanso para seguir siendo el primer fabricante de celulares ó teléfonos móviles a nivel mundial.





sábado, 22 de enero de 2011

JIMI HENDRIX - JANIS JOPILN

¿Quien mas que estos dos monumentales artistas podrian interpretar y crear estas letras tan fuertes y hermosas? Dedicado a ellos en mi espacio (subtitulados.)

MACHINE GUN - JIMI HENDRIX



MAYBE - JANIS JOPLIN

miércoles, 19 de enero de 2011

Restauracion Fiat 147













Blues de un Solitario -de Ariel Borquez

RETRO MUSIC 

Michael Jackson



Guns N´Roses




HOT ROD toda una cultura.

Antes de explicar que es el concepto hot rod, tenemos que entender que significa la cultura del automóvil en los Estados Unidos de mediados del Siglo XX. De todos es sabida la importancia que a tenido el automóvil en el mundo occidental y en EEUU en particular. Hasta que Henry Ford no introdujo el concepto de producción en serie, el automóvil no estaba al alcance del pueblo. Con el tiempo, la industria automovilística creció exageradamente. EEUU, con tan vasta extensión, de ciudades de avenidas interminables, con conceptos urbanísticos alejados del ciudadano de a pie, con petróleo a precio asequible, necesitaba del automóvil como la sangre que fluye por las venas. Poco a poco y sin que el ciudadano se diese cuenta al principio, el coche se convirtió en una posesión indispensable para vivir el día a día. Es impensable la vida sin un medio de transporte personal.







De California surgió todo. Una de las características de la gente de este estado es su afán de autosuficiencia. El mito del hombre del oeste hecho a sí mismo. El pionero que cruzó el continente para encontrarse con la costa del Pacífico, y que con sus propias manos construyó su casa, su pozo y su corral. Esa devoción a la practicidad y superación que se inculcó generación tras generación, se dejó notar en el talante de la gente de California. Todas las circunstancias y condiciones acompañaban para que se forjaran las piezas de ese gran motor que primero revolucionó California, para luego arrasar en el resto del país.








LOS INICIOS.

Ya en los años 20 y 30, las modificaciones en vehículos de serie eran una realidad. En esa época no existía aún el término Hot Rod. Se les llamaba hot irons o simplemente roadsters. Todo surgió como consecuencia de la apertura de miras del californiano medio. Cuando el individuo sin “pasta” no podía financiarse un deportivo de importación o un auto de gama alta, la necesidad agudizaba el ingenio. De esta forma surgió el concepto de Hot Rod. Un concepto populista y si se nos permite utilizar una expresión prohibida en los EEUU, incluso se puede decir que era un poco comunista. El vehículo potente estaba al alcance de todo el mundo. Era una actividad protagonizada por el pueblo llano, que no disponía de muchos medios, pero que sabía aprovechar lo poco que tenía. El Hot Rod huía del elitismo que representaban las marcas de las clases superiores, y además se desarrollaba un orgullo renovado por los modelos más populares adecuadamente modificados.




Básicamente, la definición de Hot Rod es toda aquella modificación realizada en un auto de serie tanto en elementos mecánicos, como en la carrocería, con el objetivo de conseguir mejores prestaciones y tener un coche único y personalizado. Los antiguos “proyectos” se realizaban comprando un coche relativamente viejo, pero de base robusta. Los desguaces de coches y el mercado de segunda mano eran las fuentes principales para dar este primer paso. Debido a la gran producción, sencillez y robustez de los autos Ford en la década de los 20 y 30, esta marca fue la opción más popular entre los rodders. Una vez conseguida la base, el aficionado se disponía a realizar las modificaciones en el motor, o bien lo sustituían por otro más potente. Otras partes mecánicas eran reemplazadas si era necesario, para ello existían los desguaces. Cuando mecánicamente el coche ya estaba preparado, se solía modificar la carrocería. Se eliminaban los elementos innecesarios como los guardabarros, ruedas de recambio, parachoques, con el objetivo de aligerar peso y así conseguir mejores marcas en competición. No fue hasta los años 40 cuando surgió la costumbre de decorar las carrocerías, pues hasta ese momento los roadsters tenían un aspecto feo y desgarbado. Esta nueva forma de expresión a través del automóvil, conllevó a la aparición de speed shops o tiendas donde se vendía componentes mecánicos especializados y diseñados por y para rodders. Hoy ya son instituciones del Hot Rod, tiendas como Bell Auto Parts, Moon Equipment o So-Cal Speed Shop.





El aficionado se pasaba horas en su garaje construyendo su propia máquina, buscando soluciones caseras a los eventuales problemas mecánicos que surgían durante la construcción. El resultado final era un bólido de potencia considerable y con precarias condiciones de seguridad para el piloto. Había que probar las posibilidades de auto una vez acabado. En los primeros tiempos cabían dos posibilidades: una eran las carreras ilegales en calles o carreteras abiertas al público. La segunda opción era la más segura y completamente legal: las carreras de velocidad en lechos secos de lagos. Estos lagos secos ofrecían una inmensa superficie completamente plana y natural, con piso de barro seco. Se encontraban en los desiertos de California y uno de los más concurridos era el lago Muroc, aunque más tarde se descubrió en UTA el lago salado Bonneville. Un lecho de lago seco, cubierto de sal en lugar de tierra que ofrecía mejores condiciones para los coches. Cada domingo se reunían docenas y docenas de aficionados, que muchas veces aparecían con coches construidos especialmente para estas competiciones, eran los lakesters. La competición consistía en carreras en línea recta en un tramo de varios kilómetros de recorrido, con el único objetivo de conseguir la máxima velocidad de cada máquina. Estas competiciones se organizaban de forma espontánea en un principio, hasta que aparecieron diversas organizaciones para establecer unas reglas del juego, como la S.C.T.A. (Southern California Timing Association).






Cuando llegó la segunda guerra mundial, toda esta actividad cesó. Muchos aficionados fuero alistados, además de haber un racionamiento de gasolina que no permitió la evolución del movimiento en este periodo. Después de la guerra, el Hot Rod definiría su personalidad de una forma firme. Muchos hombres que habían servido en la guerra volvieron a casa con nociones de mecánica que habían aprendido durante el servicio. Volvían de un infierno. El carácter rebelde asociado al motor explotó como una forma de desahogo ante los traumas de la guerra. Uno de los ejemplos más claros de inadaptación social de veteranos, fue la aparición de las bandas de motoristas. Muchos veteranos se sintieron incapaces de llevar una vida normal después del combate. Cuando volvieron a sus casas, algunos de ellos encontraron en las motos el mismo tipo de emociones que cuando pilotaban bombarderos en arriesgadas misiones. Estos motoristas también modificaban sus motocicletas para incrementar su potencia y darles un toque personal. Las marcas elegidas eran la Harley Davidson, Indian o Triumph. De ahí empezaron a aparecer los Booze Fighters, los Hell´s Angels... que con los años degeneraron en grupos completamente contrarios a los cánones de la moral americana.





Volviendo a las cuatro ruedas, el término hot rod ya se empezó a utilizar –aunque sobre el origen del mismo, hay varias teorías-, y la importancia del drag racing se vio incrementada. Para buscar el origen del drag racing, debemos remontarnos a las carreras ilegales en pistas públicas. Estas carreras representaban un serio problema para los cuerpos de policía del sur de California. Las carreras clandestinas provocaban numerosos accidentes de tráfico con jóvenes rodders como víctimas mortales. Por este motivo, la policía patrocinó conjuntamente con otras organizaciones, las primeras competiciones de dragsters baja condiciones supervisadas. El primer dragstrip (pista de dragsters) oficial de la historia fue un aeropuerto abandonado de Santa Ana, California, y surgió a principios de la década de los 50. Una carrera de dragsters consiste en la competición de dos participantes que se enfrentan en una carrera de aceleración en una pista en línea recta de un cuarto de milla (402 metros). Este tipo de competiciones generó toda una parafernalia de argot, tecnicismos, categorías y peculiaridades igual que pasó a las competiciones en lagos secos. Al principio, eran carreras populares, donde todo el mundo podía competir con el rod que uno conducía desde casa. A medida que el drag racing evolucionó, se crearon clases específicas para cada tipo de coches o combustibles: fuel altereds, gassers, rails, funny cars...





Otra modalidad derivada del hot rod fueron las –en un principio caóticas- carreras ovales. Carreras en pistas ovales de tierra, donde la metodología rodder servía para construir los bólidos que muchas veces no duraban más de tres carreras debido a los continuos choques entre los participantes. Estas pruebas derivaron en formas más ordenadas de competición que en algún caso acabaron siendo instituciones dentro del mundo deportivo del motor. Como es el caso de las competiciones de Stock Cars.

Mientras la faceta de la competición evolucionaba a su antojo, debemos echar un vistazo a lo que pasaba en la calle. Duran los 50 se asentaron las diferentes formas de expresión hot rod. La clase media-baja de raza blanca normalmente representaba la esencia del hotrodding: roadsters Fords de los años 20 y 30 con motores tipo Flathead (de la marca Ford o Mercury) que implicaba carácter “white trash” a esta disciplina. El estrato social de raza blanca con ansias de llegar a un estatus superior dentro de la sociedad se decidía por el custom. El custom era la personalización de los automóviles de serie pero sin el objetivo de potenciar el motor para conseguir mayor velocidad. Aquí lo que primaba era el derecho de hacer ostentación de una máquina lujuriosa apta para ir de cruising (ir de paseo) con la chavala hasta el drive-in. Se preferían modelos de los años 40 o 50 como base de la customización y la marca preferida solía ser Mercury (aunque no se descartaban todas las otras). Estas modificaciones que casi siempre se realizaban sobre carrocería e interior, eran demasiado sutiles para que el aficionado las pudiera realizar. De ahí que surgieran multitud de talleres especializados en custom por todo el sur de Los Ángeles, como el taller de los hermanos Barris, o los talleres especializados en tapicerías casi siempre regentados por chicanos.




Esta disciplina también fue adaptada por otros estratos sociales, pero de carácter minoritario. La minoría chicana, los japoneses-americanos, y en menor medida los afro-americanos, desarrollan su propia versión del custom, añadiéndole características específicas que desembocaron en el low-ridin’. Una especialidad derivada del custom, donde la marca preferida era el Chevrolet, y que consistía en bajar las suspensiones, consiguiendo un efecto en el cual el coche parecía rozar el suelo. El modelo de inadaptado más rastrero, perteneciente a la pura “white trash”, tenía como recurso la motocicleta. El escalafón más bajo socialmente hablando. Si los rodders convencionales ya representaban un peligro para la ama de casa que conduce un Cadillac hasta el supermercado, el motorista ya era el demonio sobre ruedas.





EPOCA DE ESPLENDOR.

En la década de los 50 la subcultura popular del hot rod ya estaba asentada. Existían revistas especializadas, como Hot Rod Magazine, que apareció en 1948. Le siguieron otras publicaciones periódicas como Motor Trend, Hop Up, Car Craft o Honk!. Estas sirvieron de nexo común para los rodders que querían estar al día de los acontecimientos y nuevas técnicas. Las speed shops, preparadores mecánicos y marcas de accesorios pululaban por doquier, ofreciendo un amplísimo abanico de posibilidades en función de la cantidad de dólares que uno se quisiera gastar en su rod. Vic Edelbrock, Schneider, Ansen, Clay Smith, Bell, Dean Moon, Offenhauser, Ak Miller, eran algunos nombres de los ingenieros hechos a si mismos, que curtían sus conocimientos mecánicos en base de su experiencia en las pistas. La National Hot Rod Association fue creada en 1951 por Wally Parks. Gracias a esta organización se pudo establecer una normativa de seguridad en las competiciones de drag racing, así como la formación de un circuito estatal de pruebas.




En la segunda mitad de los 50, la fiebre customizadora se había extendido por toda la nación, aunque la Meca seguía siendo el sur de California. Este era el epicentro de toda la actividad, de donde surgían las nuevas tendencias, donde se probaban las más inusitadas combinaciones mecánicas... Los ejecutivos de Hollywood, siendo californianos, no podía ignorar el potencial de este fenómeno, y los estudios se encargaron de predicar la palabra rodder por todo el país. La actividad económica generada por el hot rod, era significativa, y lo fue aún más en la primera mitad de los 60. En esta época no sólo se organizaban competiciones en lagos salados, en los dragstrip y las pistas ovales. También existía un tipo muy diferente de competiciones creadas en los 50, que gozó de un circuito nacional durante los 60. Eran concentraciones de roadsters, rods, customs, bikes... Al principio, estas exhibiciones se montaban en campos de fútbol en las típicas high schools. Algún Car Club se encargaba de la infraestructura e invitaban a otros clubs a que exhibieran sus roadders o customs. El objetivo de estas reuniones era hacer una exhibición informal de las preparadas máquinas. Simplemente se dejaban los coches aparcados y el público los admiraba. De hecho, esto no era más que un concurso de belleza para autos, pues se premiaba al más elegante, al mejor acabado de pintura, al interior mejor tapizado. Con el tiempo, este tipo de eventos se profesionalizó. Se convirtieron en lucrativo negocio durante buena parte de los 60. Se hacía pagar entrada al público y como reclamo se exhibían célebres bólidos de competición o algún show rod.





Los show rods eran hot rods exagerados, que presentaban nuevos conceptos mecánicos, pero que en muchos casos eran completamente impracticables. Se trataba de impresionar al público con descabelladas exhibiciones de cromo y pinturas de efectos ópticos. Si estas creaciones habían hecho su aparición en la televisión o el cine, su atractivo se multiplicaba. Ed Roth construyó un show rod por año entre 1959 y 1966, entre sus creaciones están el Outlaw, el Beatnik Bandit, el Mysterion, el Road Agent o el Surfite. George Barris, con sus delicadas creaciones ganó en más de una ocasión el prestigioso concurso de elegancia en el Oakland Roadster Show (con el Ala Kart, por ejemplo, ganó dos años consecutivos, en 1958 y 1959). El “king of kustomizers” sacó un buen partido del circuito de exhibiciones, pues era el customizador al cual Hollywood acudía cuando necesitaba coches rocambolescos para sus producciones. Para los promotores de hot rod shows, era un reclamo excelente, exhibir el Batmobile (del cual existían cinco réplicas para satisfacer la demanda). El Munster Koach era otra creación de Barris para la serie los Munster. Otras “obras” fueron la limousine Cadillac de Elvis, o el desternillante engendro mecánico para promocionar a Paul Revere and the Raiders.





Darryl Starbird surgió en Wichita, Kansas para estilizar las creaciones de Detroit con sus conceptos futuristas. Sus creaciones fueron remolcadas por todos los rincones del país. Entre sus célebres show rods figuran el Predicta, el Futurista o el precios Cosma Ray con la base de un Chevrolet Corvette de 1964. Dean Jeffries también hizo de las suyas con el Seabrust y el Manta Ray que apareció en un capítulo de la serie Batman y en la película playera “Bikini Beach”. Joe Wilhelm era otro mago de la mecánica que aportó el roadster de 1964 Wild Dream. Y como último ejemplo de show rod llevado al máximo exponente, citar a Joe Bailon, como creador –inspirado en un boceto de Ed Newton- del subrealistas bólido que aparecía en la careta del “Show de la Pantera Rosa”. Los creadores de estos artefactos podían llegar atener una segunda fuente de ingresos gracias a sus creaciones, pues las compañías productoras de kits en plástico vendían versiones a escala de los coches más famosos. Compañías como la Revell o Monogram, granaron increíbles beneficios de la venta de toneladas de plástico en forma de reproducciones a escala de coches salidos de las factorías Barris, Roth o Starbird.





Hacia la mitad de los 60, había una efervescencia custom que afectaba a cualquier vehículo con motor de explosión. Cualquier base era buena para la personalización. Los VW Escarabajo tenían su propio estilo de customización. También con base VW se desencadenó el boom de los dune buggies a partir de 1964. Otra forma de hot rodding eran los karts, con los que se hacían competiciones en diminutos circuitos. En las pistas ovales competían los “midgets racers” y se popularizaban las carreras de speedway de motocicletas. En pleno apogeo mediático, el universo hot rod recibió un revés. Las cosas se ponían serias para el americano despreocupado. Llegó la hora de tener conciencia social, la hora de tener inquietudes y miedos. La invasión británica de 1964 era un preludio de lo que llegaría después: Dylan, Vietnam, psicodélica... En palabras de Ed Roth: “Los chicos dejaron de comprar monster shirts para comprarse guitarras”. La frivolidad que transmitía el mundo rodero, no era políticamente correcta cuando miles de jóvenes morían en un país de oriente a miles de kilómetros. Debido al empacho comercial que sufrió el fenómeno de preparación del motor, el hot rod perdió su frescura y candidez inicial. En la segunda mitad de los 60 y durante la década de los 70, el drag racing se convirtió en una actividad completamente profesional. La importancia que tenía el ciudadano de a pié cuando llevaba su dragster casero a competir, se vio disminuida a favor de los grandes equipos con sponsor que podían correr por todo el circuito estatal. El drag racing dejó de ser el deporte motorizado del pueblo. En la calle, los estilismos rod se habían apelmazado, no evolucionaban. No se aportaba nada nuevo al street rodding. La única bocanada de aire fresco la aportó la creciente customización de motocicletas. Las choppers de horquillas largas, de mecánica cromada y depósitos pintados en acabados metalflake, pululaban por las carreteras de California, apoyadas por los nuevos blasones de libertad y rebelión que aparecieron a raíz de la contracultura. A remolque del custom biking, también a finales de los 60, las trikes hicieron acto de presencia. Motos de tres ruedas con motores Harley o incluso de VW o V8s.





LA RESACA CUSTOM.

Durante los años 70, el horno del hot rod no estaba para bollos. Uno de los elementos básicos para el disfrute de esta actividad era la gasolina, y ésta era la protagonista de la “crisis del petróleo”. El drag racing seguía su camino por la senda del profesionalismo. Las competiciones en lagos secos continuaban siendo un deporte para aficionados, aunque ya no gozaban del populoso ambiente de años anteriores. La customización de VW se aposentó, quizás por el bajo consumo de sus motores, y se reafirmó el Cal Look como una nueva frontera. Ya desde finales de la década pasada, se veneraba la figura de los Muscle Cars. Coches deportivos de serie producidos por las grandes marcas: Ford, Chevrolet, Dodge. Fue otra disciplina que arraigó en los 70. Estos coches eran objeto de mejoras mecánicas y su lugar eran las pistas de dragsters. Fue el equivalente setentero a los Fords coupes que se pilotaban en los 50 en el dragstrip.





Después vinieron las customizaciones de furgonetas de serie hasta convertirlas en antros de lujuria sobre ruedas. Los laterales solían ofrecer murales pintados en aerógrafo de paisajes fantásticos o de esclavas de historias de capa y espada inspiradas en el arte de Boris Vallejo o Frank Kelly. Los interiores eran pesadillas coloristas forradas de terciopelo y moquetas de medio palmo de grosor. En plena década del consumismo, no había nada nuevo que aportar a este mundo. Simplemente los estilos se sofisticaban, y las tendencias estilistas iban acorde con los gustos de la época. Tan sólo nombraré la marginal rama del hot rod de los Monster Trucks. Todos hemos visto esos enormes camiones con ruedas descomunales, en carreras de aplastamiento de coches. Esta fue tan sólo una actividad de exhibición, desvinculada a mi entender de la esencia del hot rodding y que estuvo acompañada de otras modalidades parecidas como el Mud Bog –competición sobre barrizales- o el Car Pulling –arrastres de peso con tractores customizados-.




A raíz de la desidia que sufría este mundo, el concepto “nostalgia” fue la válvula de escape para muchos aficionados que recurrían a la s raíces como una salida para encontrar la piedra filosofal. Durante los 90, viejos y jóvenes rodders volvieron a los estilos sencillos y baratos de antaño, haciendo ascos a los constructores high tech como Boyd Coddington o Arlen Ness. Llegó la idea del Kustom Kulture, como panacea rodera. Una renovada forma de entender el motor. Donde prima el disfrute de la persona en contra del concepto material del auto. Al igual que ha pasado con el low ridin’, donde el coche ha pasado a convertirse en el objeto de identidad de un grupo social, los chicanos, que con orgullo lucen sus Chevys Impalas rozando el suelo a ritmo de mariachi o rap a lo gangsta. Así llegamos hasta nuestros días, donde parece que incluso en nuestro país se está despertando el interés por estos asuntos. Aunque por nuestro contexto social, precios de gasolinas y leyes de homologación de autos, tendrán que pasar unos cuantos cientos de años hasta que nuestras carreteras se asemejen a la californianas de 1964. ¡Espero estar equivocado!.